Combo 2

Para el neurótico ir a cine es otra cosa.
Llegar lo suficientemente temprano para escoger buenos puestos, a saber atrás junto al pasillo, así la única persona que está al lado de uno es o la novia o el amigo o el conocido.
Asegurarse de ir con alguien de confianza que se soporte la neurosis y que no le importe no comer.
Entrar apenas abran las puertas para escuchar incluso la musiquita antes de las propagandas y disfrutar del teatro en todo su esplendor.
Pero se ve venir. Allá, a lo lejos retumban los pasos de un vulgar chabacano y su novia. El balde. El gran balde de maíz pira (que por cierto es más caro que el cine). Lo ostenta con altivez. Lo cuida como a un niño. Se va acercando con una clara sonrisa de satisfacción mientras uno le vende el alma al diablo para que siente lejos, tan lejos como uno quiere tener a una bestia vulgar. Pero no. Resulta que el puesto perfecto no es el intermedio, de modo que pueda pasar por encima de los demás, el puesto perfecto de ese puerco orangután es siempre cerca de uno, del neurótico. Comienza a comer. Primero suave, luego aumentan las revoluciones y conforme se va desentendiendo de la vida social, se va compenetrando más con su alimento hasta que al final está tan concentrado en lanzarse e el maíz a la boca a la vez que va masticando amplia y bestialmente. Sin pudor alguno. El crujir de las muelas, el chasqueo de la lengua con los dientes y el borborigmo del gaznate mientras engulle, son las cosas en la que sólo los neuróticos reparamos. Me pregunto si no le dará pena con la novia. Pero sólo basta mirarla para darse cuenta de por qué no le da vergüenza. Mientras él (o eso) chasquea muy concentrado, ella se sorbe la cascarita del maíz de los dientes con un ahínco heroico y legendario. Aquel engendro, sin embargo, tiene un don atroz. Tiene la capacidad de hacer perenne la comida. No entiendo cómo logra rendirla hasta el final, sin haber parado de alimentarse ni un solo segundo.
Antes de comenzar la película, cuando advierten sobre no fumar, sobre apagar el celular y sobre no conversar, debería haber una última advertencia: ¡Por favor coma con la boca cerrada!